jueves, febrero 23, 2006

Sviatoslav Richter, el inspirado poeta de la música.


Pianista legendario del s. XX, desplegó todo su talento encima del teclado, aunque también fue pintor de alguna bella acuarela, pero nada comparado con los colores que inspiraba desde su instrumento, el piano.

Nació cerca de Zhitomir (Ucrania) el 20 de marzo de 1915. Autodidacta desde joven, tocaba pasajes operísticos, algo que seguiría haciendo en reuniones informales con amigos.
Richter fue a Moscú a estudiar con el gran pianista y pedagogo Heinrich Neuhaus. Éste lo escuchó tocar y dijo: «Aquí está el alumno que estuve esperando durante toda mi vida. En mi opinión, es un genio.»
Años después, Neuhaus escribiría: “No he conocido a nadie que supiera aprovechar tanto sus cualidades.”

Conocida es la anécdota de que fue capaz de aprenderse la séptima sonata de Prokofiev en tan solo cuatro días, después que este quedara fascinado de la interpretación de Richter de su sexta sonata para piano. Era capaz de aprender de memoria cualquier partitura con solo mirarla.

Shostakovich escribió sobre Richter, “Richter es un fenómeno extraordinario. La grandeza de su talento arrebata y hace tambalear. Todo el arte musical le es accesible.”, a propósito de su primer triunfo en una competición, en la que Emil Gilels también participaba, y Shostakovich era presidente del jurado.

Unido sentimentalmente a la soprano rusa Nina Dorliak, la que ayudaría a Richter a mantener su naturaleza impulsiva y a mantener su agenda al día.

Gran amante de los conciertos, pronto decidió que no debía desechar la oportunidad de tocar ante el público, cosa que le llevó a tocar en los sitios más insospechados. Prefería las salas pequeñas antes que las grandes, y siempre buscaba esa mágica unión con el público que solo la música proporciona. Además de permitir que estos fueran registrados para su posterior difusión, con el riesgo que ello implicaba.

Desempeñó la labor como jurado en el Primer Certamen Tchaikovsky que se realizó en Moscú en 1958, Richter se sintió tan impresionado por la ejecución de Van Cliburn que le asignó la puntuación de más 100 puntos (cuando el máximo era de 10) y 0 a los restantes. Cliburn ganó, pero Richter no fue más invitado a integrar un jurado.

Selectivo en sus interpretaciones, pero grato en sus aportaciones. Nunca intentó tocar obras como el tercer concierto para piano y orquesta de Rachmaninov, del que tenia la idea que ya se había interpretado tan bien, que ya no había nada que decir. Lo mismo sucedía con el “Emperador”de Beethoven. Tampoco tocaba todas las Sonatas del maestro de Bonn, ni todos los estudios de Chopin, pero gran eco tenia lo que interpretaba. Defendía las obras de temática no popular, como bien podían ser las Sonatas de Schubert, de las cuales, muchas tocaba cuando pocos pianistas lo hacían.

Las interpretaciones de Richter, tienen un hilo conductor todas entre sí, el ideal poético de su comprensión, sus interpretaciones de una misma obra nunca eran iguales, lo cual, mostraba una clara evolución en al comprensión de las mismas. Gran control de la técnica, y con la idea de la concepción del sonido a largo alcance de cada nota. En sus interpretaciones, sobretodo en las de Beethoven, Brahms, Scriabin, Prokofiev o Shostakovich, la voz del compositor estaba presente.

En este sentido, a Richter, uno de los más grandes, si no el más grande pianista del siglo XX, se le caracterizaba como un pianista hecho a la antigua.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dos cosas en el relato de la vida de este gran pianista me llaman poderosamente la atención.

Su maestro creía en él.
Su Nina le ayudó a mantener su impulsividad.

Qué bonito. Y necesario contar con apoyos.